Kent Wilander Oré de la Cruz
Magíster en Literatura (UNMSM)
¿Qué significa vivir para un dios? Irresoluta proposición. Inexorable avistamiento a la gran tribulación, debido a que un ser inmortal y olímpico campeón de la eternidad nunca podrá experimentar el placer de la efímera existencia que van entre fracasos y sonrisas. Simbólicamente, el hombre es superior a un dios por cuanto conoce y descubre la posibilidad de la discontinuidad: Lucifer piensa como hombre mientras que Dios sueña en sí mismo. En la no continuidad, el hombre es un verdadero dios. Y, acaso, ¿no es esta la misma situación probatoria que se registra en los evangelios del Nuevo Testamento, cuando Jesucristo reprocha a los judíos su esencia natural y díscola?
De similar manera es que también lo piensa la escritora y traductora peruana Miluska Benavides en su libro La caza espiritual (Celacanto, 2015) cuando configura la realidad humana en los distintos escenarios que componen y se interrelacionan la infancia, la amistad, el amor y la esperanza. “Los cuerpos celestes”, “Los animales domésticos”, “El panteón de los próceres”, “El condenado”, “Las cuatro estaciones”, “Las soledades”, “Las ceremonias” y “Corpus Christi Diego” conforman los ocho relatos de la cautivante morfología de La caza espiritual; historias frescas, llenas de color, alegría, tristezas y angustias de atardecer placentero y mirada crepuscular, donde los personajes encuentran un destino inquieto e inocente, efervescente en cuestionamientos y diálogos peligrosos para la estabilidad espiritual, sea en consecuencias que laceran el recuerdo o causas que prometen fustigar el futuro próximo.
El caso del relato “El condenado” es una piedra preciosa que describe a la autora de cuerpo entero y revela sus más profundas intenciones y motivaciones, y acaso también sus más inquietantes temores y preocupaciones existenciales: el camino de la redención y la salvación del alma humana a través de la expiación. Esta es una historia apaciblemente contada desde la contemplación dantesca, una observación impasible de los hechos humanos en la persona angustiada y delirante de Antonio Martínez, un individuo que debe descender como el mismo Dante de la Divina Comedia por los pasadizos de la tribulación infernal para conquistar su libertad y alcanzar la restauración, es decir una oportunidad para descubrir aquel espacio celeste e impoluto que le promete dejar atrás su pasado y reconciliarse con lo Absoluto hegeliano.
Antonio Martínez es un personaje esférico que constantemente se revitaliza y evoluciona en sintonía de sus características como sujeto enfermo-decadente y sujeto pensante, dueño de una claridad mental e imaginativa capaz de traer al presente de sus pensamientos, imágenes enteras del pasado remoto y figuras ambiguas del futuro para examinarlas, enjuiciarlas y transformarlas de acuerdo a sus necesidades inmediatas: el dolor. Desde el principio se cuenta que la vida lo ha postergado a una absurda situación existencial, una realidad mísera y sufriente, fuera de toda lógica; y donde su destino final es aceptar la degeneración total de su ser (físico y espiritual) entre las paredes de un establecimiento de salud magro y mortecino. Sin embargo, el protagonista no es una criatura que acepta ingenuamente sentencias fatalistas como podrá comprobarse, ya que ejercerá desde lo más profundo de su espíritu (y gracias a elementos de la casualidad) la gran aventura por la salvación en clara declaración de rebeldía metafísica: escapar de los calabozos del hospital y encontrar la cura a su enfermedad que lo atormenta. Antonio Martínez, como buen epónimo de Segismundo, realizará una serie de acciones (mentiras, disfraces, ocultamientos, acuerdos) que lo conducirán por aquel territorio que se ha trazado, los cuales son siete pisos (¿¡cornisas!?) que irá descendiendo hasta encontrar la última puerta que lo liberará de su condena y le ofrecerá la posibilidad de la redención. Antonio Martínez sabe que para subir y volver a la vida debe ingresar a las profundidades del edificio que un día con falsas promesas lo invitaron a internarse: arriba es abajo. Vivir involucra sacrificios y demanda esfuerzo permanentes de la voluntad mortal.
Paralelamente, la temporalidad en el relato ofrece una dimensión espléndida de experimentación, una base de operaciones riquísima para representar el mundo que fue antiguamente (analepsis) y el mundo que se desea adueñar a través de actos contingentes (prolepsis). En una constante dialéctica cognitiva, la angustia del protagonista nos permite conocer aquellos laberintos que oculta el inconsciente freudiano, constituidos por esos episodios románticos a lado de la mujer amada, el aburrimiento laboral, la alegría de la descompensación como ventana de escape al tedio existencial, los aturdimientos de lo desconocido, el malestar físico que provocó el padecimiento, la búsqueda de la sanación del hijo por la madre, el encuentro con Dios, la camaradería con la hermandad evangélica y, por supuesto, la estrategia de fuga y engaño para librarse finalmente de sus guardianes de la prisión de condenados en el piso siete de desahuciados. El tiempo es el camino que se utiliza para construir desde el presente la historia de una voluntad que nunca se deja amedrentar y que desea existir (salvarse) ante la decadencia y la muerte.
Pero, ¿qué significa la voluntad humana frente a la fatalidad de la muerte? Para la figura materna es un constante sacrificio, un inquebrantable deseo que intenta encontrar la cura del hijo amado; para el hermano Simón es la creencia irrestricta en el poder de la unidad humana que ruega a Dios y este les responde; para Antonio Martínez es el creer en los hombres, tener confianza en la posibilidad de vencer a la irracional enfermedad que carcome su persona y subyuga a su espíritu. Cabe decir que, en este sentido, los hombres en estas condiciones (“situaciones”) se vuelven superior a los dioses, porque conociendo sus límites intentan transgredir sus propias condenas, hallando la salvación para sí mismos: liberación del verdugo y elisión a la sentencia mortuoria.
La caza espiritual de Miluska Benavides es un conjunto de relatos que reflejan la historia de la realidad individual, una dimensión que está llena de descensos por los terroríficos pasillos de la vida, en la cual el hombre reflexiona sobre su propia identidad y conciencia fragmentada; pero, asimismo, es una narración del ser, una metáfora que manifiesta el espíritu de insatisfacción ante la obscuridad de la absurda existencia mortal, y una metáfora de la batalla del hombre por la libertad.
Bibliografía
Benavides, Miluska (2015). La caza espiritual. Lima: Celacanto.



